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De política y religión
Antonio Garcia Herrera el 06-06-2011, 16:06 (UTC) | |
Algunos amigos me preguntan por qué no escribo de temás más comprometidos como la política o la religión. Las ideas políticas, como las religiosas, pertenecen al mundo de las ideas que yo llamo identificativas. Las ideas identificativas son aquellas que nos sirven de visión del mundo, de línea de flotación, aquellas mediante las cuales nos situamos ante la realidad y con las cuales nos sentimos profundamente identificados. Esto significa que parten de nuestra más estricta intimidad y, como se sabe, nadie está dispuesto a cuestionarse a sí mismo ante los demás.
Pero es el caso que las leyes intelectuales requieren del cuestionamiento de toda idea. Cuando dialogamos intelectualmente, nuestro interlocutor nos ayuda a pensar. No es un adversario estrictamente hablando. Intenta posicionarnos en una nueva manera de entender aquello de lo que hablamos. En muchos debates, por el contrario, no se produce un verdadero intercambio de perspectivas. Ocurre que los interlocutores se sitúan a la defensiva en una postura que a veces alcanza incluso tintes irracionales. Es como si, con estos temas, nos sintiéramos agredidos a unos niveles tan elementales que cualquier insinuación nos molestara, con lo cual se produce el paradójico efecto de que, en lugar de abrir y hacer progresar nuestra mente, nos vemos arrastrados al absurdo enquistamiento de nuestras posiciones.
Y hay más. Al rasgo identificativo de este tipo de ideas, se suma el problema del lenguaje. Eso de que el lenguaje sirve para comunicarse está muy bien pero, cuando uno lo observa de cerca, se percata de hechos tan curiosos como que la conversación no es un mero intercambio de opiniones sino más bien el desahogo de uno de los interlocutores. ¿No es cierto, si no, que muchas veces largamos a un amigo una perorata y que luego, cuando le llega su turno, nos evadimos mentalmente de la conversación? O ¿cuántas conversaciones no son sino lo mismo dicho diez veces? Y esto, por no referirnos a esas ocasiones en las que soltamos un “¿me entiendes?” cuando en realidad queremos decir un “pero, hombre, ¿me estás escuchando?”
En efecto, cuando se estudie bien, se verá que no todos tenemos la misma percepción del lenguaje. Para algunos es una mera señal de comunicación, algo así como “eh, que estoy aquí”. Para otros, palabras son promesas y todo lo que se diga nos puede comprometer, así que es mejor estarse calladitos. Nacen de aquí las dos figuras características de toda reunión y cuyo estudio tendremos que dejar para mejor ocasión: la del que no para de hablar y la del que no para de callar.
Así que no. No es mi intención evitar hablar en torno a temas de los que uno siempre tiene cosas que aprender a pesar de mostrarse correosos. Se trata, simplemente, de no liarla más. Después de todo, en las cosas del pensar, como en la música, hay que saber cuando hacer un silencio ¿no les parece?
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El ejercicio del poder
Antonio Garcia Herrera el 06-06-2011, 16:00 (UTC) | | Está bien: hablemos de política. Pero, hablemos seriamente, quiero decir, lleguemos a un entendimiento. No perdamos el tiempo en fáciles juegos de palabras que no son, al fin y al cabo, sino prueba manifiesta de nuestra falta de nivel intelectual. Para entendernos, para que dos y dos sumen cuatro y no seis, es fundamental tener un mismo concepto de las cosas. ¿Qué idea de la sociedad va a tener mi interlocutor? ¿Qué va a entender por ideología? ¿Qué por estado? ¿Qué por creencia, adoctrinamiento, derecho, sentido común? Y, después de eso, si acaso se ve postrado y vencido por la fuerza de los argumentos, ¿querrá adoptar una conducta coherente con sus nuevas convicciones o, como hace el común, seguirá irreflexivamente apegado a sus ideas de siempre a pesar de saber que su vigencia ha caducado y no se adapta ya a la proteica realidad sociohistórica?
¿Cómo pueden nuestros políticos presumir de ser demócratas cuando es de dominio público que no hay nada menos democrático que un partido político? ¿Cómo pueden exigir el mínimo respeto hacia su profesión por parte de la ciudadanía cuando levantan un acerado o inauguran un museo justo en vísperas de lecciones pordioseando el voto? ¿Cómo pueden mantener que no tienen aspiraciones de absolutismo cuando no hay partido que no nombre a un sucesor en el cargo como si de una cuestión hereditaria se tratase? ¿Cómo pueden mentir con tanta facilidad y otorgar a la mentira la misma contundencia que a la verdad cuando, de siempre, la palabra de un hombre ha bastado para cerrar un trato? ¿De qué derecho se creen imbuidos para ser la única profesión que no exige titulación académica para su ejercicio? ¿En qué derecho se creen encontrar para imponer a los demás su propio estilo de vida o para reducir la compleja realidad de la vida humana a la realidad social? No nos engañemos: los sistemas de gobierno no son la manera en que se gobiernan los pueblos sino la manera en que se organiza la clase política.
La política no es eso tan ingenuo que cree la gente de unos idealismos y unas injusticias que hay que corregir. La política es cosa bien distinta: es el ejercicio del poder y el poder no entiende sino de imponer sus propios fines mediante sus propios medios. En las cloacas de la política, se venden jueces como se compran abogados, se traiciona una ideología como se acuerda una ley con la contraria. Se aplica una injusticia con la misma fuerza que se niega una justicia. En la política, todo es algo más salvaje, más animal, más irrracional, más devorador y, al tiempo, más vertiginoso y apasionante para el animal político. Porque la política es una vocación y, como tal, se impone al individuo sobre su bondad y su consciencia. Es una sed hidrópica de mando que lo arrastra y lo estimula a un tiempo. Es un juego, pretendidamente limpio, de lealtades y deslealtades, mentiras y medias verdades que no persiguen otro objeto que la imposición de su voluntad sobre las demás. Y, todo ello, bajo el zafio argumento de que ayudan a sus conciudadanos o de que son los llamados a cambiar la realidad social de su tiempo aunque, en el fondo, estén absolutamente convencidos de que el pueblo no es sino lo que se deja llevar, manipular, organizar, mandar. ¿Por qué, si no, las mejores cabezas se iban a pensar tanto entrar en política si realmente fuese algo tan beneficioso y tan honroso tanto para ellos mismos como para los demás?
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El rostro de la felicidad
Antonio Garcia Herrera el 06-06-2011, 15:51 (UTC) | | Cuando vean a un músico gustándose a sí mismo, no pierdan de vista su rostro. Concentrado en la ejecución de su instrumento, sus ojos (centrados aunque ligeramente desplazados a un lado) delatan que no ve, escucha. Suspira imperceptible e inspira cadenciosamente, mientras, sin ni siquiera percibirlo, un halo de serenidad parece envolverlo misteriosamente y una sonrisa apenas insinuada se apunta en la comisura de sus labios. Es, justo entonces, justo en el momento en que sus dedos parecen obedecer instintivamente a una prístina inspiración y cobrar vida como seres enigmáticos y hábiles, cuando se escucha a sí mismo tan espectador y ajeno a su propio arte como su público.
No sabemos exactamente qué es la felicidad pero, desde luego, bien que merecería ser eso que experimenta el músico genuino una noche de esas en que toca (como dicen los maestros) “mejor de lo que sé”. Tampoco sabemos exactamente cómo explicar el milagro de la música. Los precedentes en el mundo animal son muy rudimentarios y, en última instancia, no serían razón suficiente para dar cuenta del hechizo que ejerce sobre los seres vivos (la música, se dice, amansa a las fieras). Sólo sabemos que, con su ayuda, somos felices, muy felices, a pesar de seguir siendo hoy (como siempre) una y otra cosa dos misterios absolutamente inescrutables.
La felicidad pasa frecuentemente disfrazada de bienestar (la cual, a su vez, el andaluz tiende a confundir con su refinado cultivo de los sentidos) pero no hace falta reflexionar mucho para darnos cuenta de que podemos tener bienestar y carecer de felicidad y ser felices en medio de la necesidad. Conocemos, sí, el rostro cejijunto y retraído de la infelicidad, esa especie de amagura interna que nos atrapa de vez en cuando y que no busca sino sumergirnos en una angustiosa sensación de tedio y desdicha, aunque no sepamos tampoco muy bien por qué.
Pero volvamos al músico que toca para nosotros y que sigue todavía sobre el escenario bajo un juego de luces y sombras escénicas, abstraído de sí mismo. Véamoslo y oigamos esa melódica nota que logra transportarnos del aquí y ahora. Y supongamos, sólo supongamos momentáneamente, que eso que siente nuestro músico y que nosotros vemos sólo bosquejarse en su rostro es la felicidad misma en su estado más puro, límpido, genuino. Si esto fuera así -y, ¿por qué no?-, la felicidad consistiría (no podía ser de otra manera) en una serena sensación de autocomplaciencia mientras hacemos aquello que logra penetrar en lo más íntimo de nuestro ser y equilibrar el ritmo de nuestra respiración y nuestra sensación vital. Es una especie de dulzura (por oposición a su cabizbaja hermana, la amargura) que acuna nuestro ser más delicado sin dejarse llevar en ningún momento por la boba distracción o la lunática euforia. Si esto fuera así -y, ¿por qué no?- ustedes tendrían la gran oportunidad de, apartándose un momento del mundo y oyendo la música de su preferencia, ver la imagen de su propia felicidad en su rostro: sólo necesitarían un espejo.
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El futuro de la Campiña
Antonio Garcia Herrera el 06-06-2011, 15:43 (UTC) | | Acostumbrada como está a que, desde fuera, se le marquen las pautas de su propio destino, la campiña sevillana podría no estar sabiendo prever el rumbo de su próximo futuro. Acosada y asediada por una comedia de falsa democracia excesivamente ensimismada e históricamente desorbitada, esta bella tierra de hombres y de campo se pierde, confusa y confundida, en una balumba de cuestiones localistas que rozan la insignificancia y que, a fuerza de retruécanos más éticos que verbales, no hacen sino desnortarla y desilusionarla con la media zanahoria ante el hocico.
No hace falta más que ver que nadie de los que deberían en tiempos de elecciones suelta un solo comentario sobre la situación real en que se encuentra la capital, qué planes inmediatos tiene para sí misma y qué papel le premedita tácita o explícitamente a esta parte de la provincia: como si lo que se cuece a unos kilómetros más allá no hubiera afectado y condicionado desde siempre a cuanto ocurre en estas tierras meridionales. Consentidores de las continuas galimas a que todos nos hemos acostumbrado para vergüenza propia y ajena e incapaces de proyectar siquiera teóricamente un futuro común y global para los próximos años, nuestros mejores actores se enfrascan en rentabilizar ideológicamente los desvaríos de tiempos pretéritos en provecho propio en lugar de (como sería su obligación) mirar hacia delante y bosquejar al menos el rostro incierto de los nuevos tiempos que son ya presente.
No se crea que la capital, porque históricamente así lo haya hecho, le va a seguir marcando a la campiña el trazado de su propio camino, pues la capital se encuentra ahora y se va a encontrar en los tiempos venideros bien atareada intentando resolver los problemas de su propio localismo, dando lugar (incluso sin pretenderlo) a un amasijo administrativo de despropósitos descabezados y a la deriva que devoran sin pensarlo cuanto encuentran a su paso. No se crea, digo, que la campiña va a poder cruzarse de brazos y se va a poder sentar aguardando a que arrecie el temporal. Lo que quiera que le pase de bueno, lo que entienda que le corresponde por derecho propio, lo va a tener que ir a buscar y, además, va a tener que saber adquirir la preparación y la altura de miras necesarias para superarse a sí misma.
La gran Sevilla, la eterna Sevilla, como si de una madre encanecida y venerable se tratase, después de haber dado a sus hijos la coherencia de su propia existencia va a necesitar de la cordura y el sentido común de todos esos que siempre se han mirado en su espejo estén más cerca o más lejos, lo quieran o no. Ni Utrera ni ningún pueblo de la campiña deberían estar ahora planteándose su futuro sin ver primero qué está pasado más allá de sus lindes y no sólo por si acaso. Que nada sugieran al respecto quienes no razonan sino desde el corto plazo tergiversadamente hasta el completo galimatías no debería extrañar a nadie, pues no se puede hablar de lo que no se tiene en la cabeza y ni siquiera se sospecha o entiende. La empresa común que aguarda a la campiña y en la que probablemente se juega su propia forma de estar y ser, requiere de planteamientos extralocalistas en los que nadie parece estar pensando para perjuicio de todos. Una forma más ágil, cohesionada, comprehensiva y pragmática de hacer política debería estar abriéndose paso ya por necesaria e inevitable. No hacer nada a pesar de quedar aquí advertido, resultaría una falta de previsión. No dedicarle al menos unos segundos a su reflexión, un error inexcusable.
La democracia no deja, como el resto de las aspiraciones humanas, de ser un idealismo. Pretender que unos se respeten a otros y lo hagan desde la ecuanimidad y la autorección es soñar lo deseable pero no lo factible. No obstante, no nos ha resultado sencillo escapar del caos e intentar gobernarnos de la forma menos perniciosa posible con vistas al futuro. Mal que bien vamos civilizándonos en una cierta dirección al tiempo que vamos intentando convertirnos, cada vez más y como debe ser, en seres más libres y menos infelices. En el camino estamos y por ahí hemos de seguir sin desesperarnos, pues la alternativa es dar rienda suelta al bruto instinto que arrambla con todo y a la ciega e inmisericorde avaricia. Mientras logramos organizarnos para, justamente, permitir que nuestra animalidad brote con mayor naturalidad (pues es conveniente y necesario permitirle expresarse), hemos de ser pacientes.
Soy, a pesar de su imperfección y de suponer, a fin de cuentas, un autoengaño, partidario de los idealismos. Naturalmente, el amor, la amistad, la justicia no existen como deberían. Son una irrealidad, una mentira. Pero, a mi juicio, una mentira necesaria por cuanto necesitamos un punto hacia el cual convergir en nuestra convivencia. Esa deferencia, ese aprecio mutuo, ese respeto que mi amigo y yo nos profesamos no es indudablemente amistad sensu stricto, pero al menos se parece mucho. Pensar que más allá de nuestra madre alguien nos puede querer más que nosotros mismos es arriesgarse demasiado a parecer menso, pero entender que el amor que nos une a nuestra pareja es un simple convenio pragmático es ganas de reducir a vulgaridad y aburrimiento lo que puede ser idilio a pesar de sospechar que no es real.
Nos gusta llevar razón. Quizás demasiadas veces. Lección básica de historia es que hay que contar con el pasado. El pasado no fue y ya no es y a otra cosa. El pasado pasó pero está influyendo en el presente y en la medida en que está en el presente no se va sino que se queda y se queda negando el presente. La democracia parece actuar como los idealismos, no existe, pero hemos de tomarla como punto de referencia, nos debe servir para intentar crear algo que nos hace falta para sobrevivir: la convivencia. Es una conquista, requiere esfuerzo y limitaciones. No se es demócrata haciendo lo que nos da la gana y contra los demás. Demócrata es quien cuenta con el otro, quien no lo anula o ignora, quien no lo deja ahogarse en la ciénaga de la desesperación sino que se acerca a su manera de entender las cosas y lo tolera. Cuando uno se equivoca, corrige y procura que el error no vuelva a repetirse. Seguir en la dirección del egoísmo, del sinsentido, de la animadversión puede parecernos un atajo, pero desde luego no parece que sea la solución a tantos problemas como nos acucian.
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Los idealismos
Antonio Garcia Herrera el 06-06-2011, 15:40 (UTC) | | Una de las decisiones más importantes que nuestra juventud habrá de afrontar en los próximos años es qué tipo de democracia está dispuesta a soportar y hasta qué punto le van a resultar indiferentes los niveles de corrupción a los que se puede llegar. A juzgar por los últimos meses de ejercicio democrático, no es cosa fácil. En lugar de la sensatez y contar con los oponentes, quienes han ejercido el poder lo han hecho sin tener en cuenta que se gobierna para todos y no contra todos convirtiendo la autolimitación propia de la cultura democrática en todo lo contrario: atomizados reinos de taifas donde cada quien se lo guisa y se lo come.
La democracia no deja, como el resto de las aspiraciones humanas, de ser un idealismo. Pretender que unos se respeten a otros y lo hagan desde la ecuanimidad y la autorección es soñar lo deseable pero no lo factible. No obstante, no nos ha resultado sencillo escapar del caos e intentar gobernarnos de la forma menos perniciosa posible con vistas al futuro. Mal que bien vamos civilizándonos en una cierta dirección al tiempo que vamos intentando convertirnos, cada vez más y como debe ser, en seres más libres y menos infelices. En el camino estamos y por ahí hemos de seguir sin desesperarnos, pues la alternativa es dar rienda suelta al bruto instinto que arrambla con todo y a la ciega e inmisericorde avaricia. Mientras logramos organizarnos para, justamente, permitir que nuestra animalidad brote con mayor naturalidad (pues es conveniente y necesario permitirle expresarse), hemos de ser pacientes.
Soy, a pesar de su imperfección y de suponer, a fin de cuentas, un autoengaño, partidario de los idealismos. Naturalmente, el amor, la amistad, la justicia no existen como deberían. Son una irrealidad, una mentira. Pero, a mi juicio, una mentira necesaria por cuanto necesitamos un punto hacia el cual convergir en nuestra convivencia. Esa deferencia, ese aprecio mutuo, ese respeto que mi amigo y yo nos profesamos no es indudablemente amistad sensu stricto, pero al menos se parece mucho. Pensar que más allá de nuestra madre alguien nos puede querer más que nosotros mismos es arriesgarse demasiado a parecer menso, pero entender que el amor que nos une a nuestra pareja es un simple convenio pragmático es ganas de reducir a vulgaridad y aburrimiento lo que puede ser idilio a pesar de sospechar que no es real.
Nos gusta llevar razón. Quizás demasiadas veces. Lección básica de historia es que hay que contar con el pasado. El pasado no fue y ya no es y a otra cosa. El pasado pasó pero está influyendo en el presente y en la medida en que está en el presente no se va sino que se queda y se queda negando el presente. La democracia parece actuar como los idealismos, no existe, pero hemos de tomarla como punto de referencia, nos debe servir para intentar crear algo que nos hace falta para sobrevivir: la convivencia. Es una conquista, requiere esfuerzo y limitaciones. No se es demócrata haciendo lo que nos da la gana y contra los demás. Demócrata es quien cuenta con el otro, quien no lo anula o ignora, quien no lo deja ahogarse en la ciénaga de la desesperación sino que se acerca a su manera de entender las cosas y lo tolera. Cuando uno se equivoca, corrige y procura que el error no vuelva a repetirse. Seguir en la dirección del egoísmo, del sinsentido, de la animadversión puede parecernos un atajo, pero desde luego no parece que sea la solución a tantos problemas como nos acucian.
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IV Encuentro de Inventores en Utrera
anonimo el 05-06-2011, 16:34 (UTC) | | Desde el CADE Utrera le informamos que el próximo día 10 de junio tendrá lugar en nuestra localidad el IV Encuentro de Inventores, al que le invitamos a participar.
El objetivo de este encuentro es reunir el mayor número de inventores, para que muestren sus inventos, y de esta manera, establecer alianzas de cooperación empresarial, búsqueda de financiación e incorporar socios inversores a los proyectos. En definitiva, se pretende fomentar la cultura emprendedora y la innovación.
Tiene todos los datos tanto en el dossier como en la ficha de inscripción que se adjuntan. | | |
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